Publicado por Manuel Marrama el 30/09/19.
En los últimos años, la palabra “innovar” ha disparado la presencia en los medios de comunicación. Desde mitad del periodo de crisis recién experimentado, se ha convertido en una palabra mágica. “Con innovación resolveremos la crisis”, “con innovación haremos crecer las ventas”, “con innovación mejoraremos el producto”, “con innovación obtendremos subvenciones”, “con innovación obtendremos inversión por parte de terceros”, etc..
Es tal la importancia que ha adquirido gracias a la presencia que tiene en medios y en la sociedad, que genera dos percepciones contrapuestas.
- La primera, de esperanza. Si podemos llegar a innovar estamos salvados. Nos permite alcanzar un objetivo. Conseguiremos una financiación. Obtendremos una subvención.
- La segunda, de impotencia. No tengo los recursos para ser yo uno de esos innovadores. Resulta muy complicado alcanzar el poder obtener algo diferente. Además, necesito esa innovación hoy mismo, no tengo tiempo para esperar y cuando lo intento no soy capaz de dar con algo que realmente funcione.
La sobrevaloración de la palabra “innovación” ha sofisticado tanto el término que parece como si innovar solo fuese cosa de las empresas con recursos para poder investigar y probar. Da la sensación que sólo aquellos quienes tienen capacidad económica o apoyo de terceros en inversión sean los destinados a innovar. Es más, consecuencia de la cuarta revolución tecnológica que estamos viviendo, parece que sólo se pudiese innovar en sectores tecnológicos. Por momentos, podemos llegar a asociar la innovación con el mundo start-up y tecnológico.
Por suerte, hay que decir que poco o nada tiene que ver la innovación con la percepción que tendemos a tener en estos días sobre este término. La innovación no tiene porqué ser tecnológica y puede darse en cualquier área de cualquier sector. Además, no tiene porqué ser necesariamente en el mundo digital.
Cada uno de nosotros, sin darnos cuenta, innovamos en nuestro día a día. Para el resultado de un negocio tiene tanta importancia una innovación en la decisión de cómo embalaremos el producto, como la nueva funcionalidad en la actualización del producto, a la que se llega tras una compleja programación informática.
En definitiva, innovar es resolver problemas que van surgiendo en el día a día para seguir siendo competitivos en los mercados en los que se compite. Los mercados cambian constantemente y tenemos que mantenernos innovadores todos los días durante todo el periodo de vida de un proyecto empresarial. Aquellos que establecieron una idea puntual que funcionaba y nunca se modificó, fracasan. Solo quienes se mantienen constantemente resolviendo los problemas que surgen/innovando, son quienes sobreviven. Por eso el término “innovar” debería ser descargado de sofisticación y responsabilidad. Debemos entender que se trata de pasar a la acción, de mantener una postura proactiva hacia el cambio en todos y cada uno de los aspectos de nuestros proyectos y que, además, es cosa de todos y no solo de unos pocos elegidos con éxito.
Para innovar hace falta cumplir tres puntos clave:
1.- Responder a la pregunta, “¿qué tenemos?”.Es fundamental entender el mercado en el que competimos y conocer perfectamente nuestro proyecto. Es vital saber exactamente por qué pasan las cosas en nuestro mercado. Por qué vende más el que vende, por qué tienen unos más costes que otros, qué quiere exactamente el cliente, cómo lo resolvemos nosotros y cómo lo resuelve nuestra competencia, etc..
2.- Responder a la pregunta, “¿por qué no?”. Una vez conoces y entiendes tu proyecto y el mercado donde compites, los grandes innovadores obtienen respuesta a la pregunta ¿por qué no podemos hacer esto de esta otra forma? Se tiende a pensar que las cosas son tal como las hace el resto y no puede ser de otra. Todos hemos escuchado la frase “eso no puede ser así. Todos lo hacen de esta otra manera…” Se hace así como estos….”. Innovar es justamente lo contrario. Se trata de resolver los problemas encontrando la respuesta a ¿por qué no…?
3.- Atreverse a pasar a la acción. La sociedad actual castiga el fracaso. Los medios nos bombardean con casos de éxito y crean la tendencia a pensar que solo el éxito tiene cabida. En cambio, la diferencia entre aquellos que tienen éxito y los que no, simplemente está en la ejecución de la idea. Unos se atreven y otros no. De nada servirá que puedas dar respuesta a las dos preguntas de los puntos 1 y 2. No importa el talento que tengas para dar esas respuestas, ni tampoco los recursos que dispongas para ejecutar tu idea. Si no tienes el atrevimiento de pasar a la acción, no tendrás éxito. Si dudas en hacerlo, cuando tomes la decisión será tarde.
Los ejemplos de grandes innovadores, la mayoría de los que conocemos y que tuvieron grandes éxitos, son precisamente en sectores tradicionales, no tecnológicos. Por citar unos pocos: McDonald, Ikea, Zara, … Todos ellos surgieron tras la observación de sus entornos, con formas diferentes de resolver un mismo problema y con mucha determinación para pasar a la acción. Lo importante en los inicios no fue su capacidad, fue su innovación. Ninguno inventó un producto nuevo. Todos innovaron en la forma de ofrecer al mercado un producto existente. En la actualidad, todos mantienen constante la llama del cambio. Constantemente están dando respuesta a las dos preguntas “¿qué tenemos?”, “¿por qué no?” y constantemente pasan a la acción con el resultado.
Hoy mismo, tú también puedes añadir la palabra mágica “innovación” a tu vocabulario. Eres tan innovador como cualquier otro. Lo más importante antes de comenzar es que tengas claro que deberás pasar a la acción en cuanto tengas respuesta a las dos primeras preguntas.
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INNOVA CONSULTORIA